Simón Bolívar tenía un
sueño: que todos los pueblos latinoamericanos se unieran en una sola gran
nación, sin deferencias políticas ni culturales; después de todo, cada uno de
los habitantes tenían sangre indígena y un pasado cultural común. Esta unión
tenía que ser de forma pacífica y voluntaria, creyendo plenamente en el concepto
de sinergia. Hoy, Estado Unidos, a través de distintas formas intenta emular el
sueño de Bolivar, pero al “Tío Sam way” y proyectando esta unión a escala
mundial. ¿Será esta una idea con buenas intenciones o debemos ser precavidos
ante la arremetida yanqui?
Hasta hace 10 años, la forma
predilecta de Estados Unidos para imponer su cultura en países opositores a sus
ideales, principalmente de Oriente, era el uso de las armas. El último gran
conflicto de este estilo fue la aún no terminada Guerra de Irak, hecho
justificado por el auto-atentado a las Torres Gemelas, que ha significado en el
largo plazo, la desencadenación de múltiples guerras civiles en distintos
países de la zona. El denominado hard
power (“Cultura Mainstream”, Frédéric Martel) estaba de moda. Sin embargo
en los últimos años USA ha preferido dar una vuelta a la tuerca y optar por
usar el soft power para domar a los
rebeldes. Esta estrategia de propagación es muy similar a la que ha utilizado
durante décadas con la gran mayoría de países occidentales, conquistando cada
uno de los espacios de las personas, bajo la gran mentira de la globalización, que incluye entre otras
cosas, el sistema económico, el cine, la televisión de pago y como principal caballito de batalla, el internet.
En Chile actualmente los
jóvenes de menos de 25 años pasan hasta 6 horas conectados en la web,
consumiendo contenidos de todo el mundo…occidental. Es difícil preguntarle a
algún adulto joven profesional promedio sobre alguno de los conflictos de
oriente y que pueda dar una respuesta informada sobre el tema o que conozca
sobre el grupo musical más famoso de Afganistán. Sin embargo, es muy fácil
poder encontrar a alguien que sepa quién fue el ganador del último campeonato
de la NBA o el ganador de un MTV music awards. Esta situación quizás no parezca
tan grave, pero lo que si es para considerar es que sin que nosotros nos demos
cuenta, la homogeneización de conocimientos en occidente nos va mentalizando
para que cada vez nos sintamos más norteamericanos sin serlo efectivamente.
Esto trae como consecuencia, a su vez, que nos volvamos más egoístas y menos
sensibilizados ante los problemas de la otra mitad del mundo. Un ejemplo muy
clarificador es el último “atentado” sufrido por Estados Unidos, en la maratón
de Boston, donde fallecieron 6 personas. Nuestros noticiarios dedicaron largas
horas al incidente, relatando historias tan emotivas sobre las víctimas que
emulaban la película Disney más tierna. Ese mismo día, en Siria, murieron 20
personas producto de un atentado explosivo a una plaza mercante. La noticia ni
siquiera fue cubierta en la sección otros de la televisión, porque estábamos
muy acongojados y enfurecidos con los iraníes terroristas que vinieron a
desestabilizar nuestro mundo feliz.
La pregunta que hay que
hacerse es: ¿Podrá Estados Unidos poder generar ese mismo sentimiento
globalizado a los pueblo del “otro lado del mundo”? Personalmente creo que es
imposible. Pueblos de oriente, específicamente los adoctrinados por el Islam,
han demostrado ser lo suficientemente leales a sus ideas como para que en algún
momento puedan verse avasallados y sometidos a Hollywood, Wall Street o
Starbucks. Por otra parte, sus líderes religiosos y políticos se han encargado
de mantener a raya la llegada de las conexiones a internet. Para el ser humano,
todo lo desconocido suele ser causa de temor. Es así como la mayoría de la
población ve a este tipo de mecanismos poco tradicionales para ellos como
elementos que podrían llegar a ser nocivos (gran maniobra de los líderes de esos
pueblos). Ha llegado a tanto el interés por ahuyentar a las fuerzas
occidentales, que países como India, que es el tercer país con más musulmanes
en el mundo, han invertido mucho esfuerzo y grandes sumas de dinero para idear
su propia “cultura urbana”, similar a la norteamericana, pero con el sello
nacional. El ejemplo más emblemático de todos es la industria de cine india
“Bollywood”, que hace más de mil películas al año, con personajes muy similares
a los del cine occidental, pero con características propias de su cultura, que
los transforma en una industria más cercana a ellos.
En el mediano plazo es de
esperar que llegué el momento en que las ansias de conquista lleguen a tal
punto que a Estados Unidos no le quede más remedio que recurrir nuevamente a su
vieja y añorada estrategia del hard
power, inventar algún conflicto y poder hacer una entrada triunfal en esta
cultura tan resistente. Mientras tanto, países como India seguirán teniendo una
tradición e identidad sólida que debiera servir como ejemplo para que los
pueblos latinoamericanos, de una vez por todas, entiendan y reconozcan la
tremenda riqueza cultural que poseen. Si bien el llamado no es a renegar todos
los elementos adquiridos por la globalización, si es necesario sacar lo mejor
de este y complementarlo con los elementos propios de cada país, porque al fin
y el cabo, en este caso es necesario, por el bien de nuestro pueblos, si marcar
la diferencia con Estados Unidos, si son necesarias las banderas.